Recuerdos de Bernador Leighton.
Bernardo Leighton predicó y vivió los valores profundos del Evangelio, proyectándolos con particular modestia y sabiduría a la acción política. Siempre me impresionó la notable coherencia entre sus ideas y su conducta practica, lo que hacía posible que aún en los actos más rutinarios de su vida diaria surgiera un mensaje profundo y motivador.
Caminar junto a él por cualquier lugar de Chile constituía un impresionante espectáculo de cariño entregado y recibido. Todos sus interlocutores, aún los más lejanos a sus ideas, eran buenos, generosos y, más que ello, importantes. Para Bernardo, en la imperiosa tarea de construir un Chile más humano y solidario era indispensable hacer las cosas “con los otros”.
Jamás “contra los otros”. Al igual que el Padre Hurtado denunció con vehemencia un orden injusto para con los trabajadores, y afirmó que los cristianos debían unirse fraternamente a ellos y a sus organizaciones para así poder superar, en forma unitaria, las injusticias imperantes. Para él, los principios ideológicos, adecuadamente interpretados, no podían conducir jamás al absurdo de debilitar al movimiento sindical o la lucha por construir un mundo más humano. Tenía una fe infinita en los valores del Evangelio y pensaba que si los cristianos daban auténtico testimonio de ello no tenían nada que temer en la acción conjunta con personas de otras ideas.
Esta forma de ser y pensar determinó su conducta durante el gobierno de la Unidad Popular siendo muchas veces incomprendido. Nada lo separó jamás de su compromiso sincero y profundo tanto con la justicia, la democracia y la no-violencia.
Recuerdo que el 10 de septiembre de 1973, aproximadamente a las once de la noche, Bernardo y yo fuimos los últimos en retirarnos del antiguo edificio del Congreso Nacional. A esa hora un extraño silencio invadía todos los rincones del centenario edificio y sus alrededores, pudiendo instruirse que algo anormal estaba sucediendo. Uno podía preguntarse: ¿el “golpe” tan reiteradamente anunciado? “No – me dijo Bernardo – es cierto que algunos civiles quisieran una intervención militar pero, no obstante esos propósitos, no habrá golpe pues en Chile tenemos Fuerzas Armadas sinceramente constitucionalista que, además, por experiencia histórica saben que siempre la Derecha ha procurado involucrarlas en aventuras sediciosas para servir sus intereses políticos y económicos. Saben, también, que hecho el “trabajo sucio”, las abandonan en medio del desprestigio y la soledad”.
Antes que trascurrieran ocho horas, al amanecer del 11 de septiembre, pude cerciorarme de la absoluta falta de suspicacia de Bernardo para intuir o presumir la maldad. Pero, también, a las pocas semanas pude constatar su extraordinaria sabiduría para visualizar lo que sucedería entre nosotros si se optaba por el camino de la sedición: dolor de los más, enriquecimiento de unos pocos. Y, a la larga, cuestionamiento moral y judicial de los uniformados.
Recuerdo que al percatarse Bernardo del golpe, aproximadamente a las nueve de la mañana del 11 de septiembre, pensó que debía ir a La Moneda para dar testimonio de su compromiso profundo con la democracia. Sin embargo, ante la imposibilidad de hacerlo, surgió su idea de redactar una declaración pública condenando el golpe.
Caminar junto a él por cualquier lugar de Chile constituía un impresionante espectáculo de cariño entregado y recibido. Todos sus interlocutores, aún los más lejanos a sus ideas, eran buenos, generosos y, más que ello, importantes. Para Bernardo, en la imperiosa tarea de construir un Chile más humano y solidario era indispensable hacer las cosas “con los otros”.
Jamás “contra los otros”. Al igual que el Padre Hurtado denunció con vehemencia un orden injusto para con los trabajadores, y afirmó que los cristianos debían unirse fraternamente a ellos y a sus organizaciones para así poder superar, en forma unitaria, las injusticias imperantes. Para él, los principios ideológicos, adecuadamente interpretados, no podían conducir jamás al absurdo de debilitar al movimiento sindical o la lucha por construir un mundo más humano. Tenía una fe infinita en los valores del Evangelio y pensaba que si los cristianos daban auténtico testimonio de ello no tenían nada que temer en la acción conjunta con personas de otras ideas.
Esta forma de ser y pensar determinó su conducta durante el gobierno de la Unidad Popular siendo muchas veces incomprendido. Nada lo separó jamás de su compromiso sincero y profundo tanto con la justicia, la democracia y la no-violencia.
Recuerdo que el 10 de septiembre de 1973, aproximadamente a las once de la noche, Bernardo y yo fuimos los últimos en retirarnos del antiguo edificio del Congreso Nacional. A esa hora un extraño silencio invadía todos los rincones del centenario edificio y sus alrededores, pudiendo instruirse que algo anormal estaba sucediendo. Uno podía preguntarse: ¿el “golpe” tan reiteradamente anunciado? “No – me dijo Bernardo – es cierto que algunos civiles quisieran una intervención militar pero, no obstante esos propósitos, no habrá golpe pues en Chile tenemos Fuerzas Armadas sinceramente constitucionalista que, además, por experiencia histórica saben que siempre la Derecha ha procurado involucrarlas en aventuras sediciosas para servir sus intereses políticos y económicos. Saben, también, que hecho el “trabajo sucio”, las abandonan en medio del desprestigio y la soledad”.
Antes que trascurrieran ocho horas, al amanecer del 11 de septiembre, pude cerciorarme de la absoluta falta de suspicacia de Bernardo para intuir o presumir la maldad. Pero, también, a las pocas semanas pude constatar su extraordinaria sabiduría para visualizar lo que sucedería entre nosotros si se optaba por el camino de la sedición: dolor de los más, enriquecimiento de unos pocos. Y, a la larga, cuestionamiento moral y judicial de los uniformados.
Recuerdo que al percatarse Bernardo del golpe, aproximadamente a las nueve de la mañana del 11 de septiembre, pensó que debía ir a La Moneda para dar testimonio de su compromiso profundo con la democracia. Sin embargo, ante la imposibilidad de hacerlo, surgió su idea de redactar una declaración pública condenando el golpe.
Sorprendentemente, el político siempre dialogante ahora no aceptaba ningún adjetivo para aminorar el repudio al quebrantamiento institucional, ni ningún plazo para adherir al repudio. Para él, conculcada la libertad, base del diálogo que legitima la disciplina partidista, no quedaba otro camino que el del “testimonio personal”, el que cada uno debía dar defendiendo a los perseguidos y luchando por la recuperación de la democracia. Así de claro era el mensaje que había que trasmitir a la opinión pública y, especialmente, a los militantes de la democracia cristiana.
En aquellos días le escuché a Bernardo, muchas veces, decir que “la libertad es como el aire; solo con el aire no se puede vivir pero sin el aire es imposible vivir”. Esa angustiosa sensación la sentimos palpable muchos de sus amigos durante 17 años, y su ejemplo nos fortaleció enormemente durante la lucha.
En aquellos días le escuché a Bernardo, muchas veces, decir que “la libertad es como el aire; solo con el aire no se puede vivir pero sin el aire es imposible vivir”. Esa angustiosa sensación la sentimos palpable muchos de sus amigos durante 17 años, y su ejemplo nos fortaleció enormemente durante la lucha.
Lo cierto es que al hombre pacifico, al hermano de todos, a partir del golpe se le caricaturizó y persiguió implacablemente, aún después que se vio obligado a salir del país. Un día, estando ya en Italia, lo vimos retratado en la primera página de un diario de la tarde donde, en forma inescrupulosa, se le calificaba de “traidor a su patria”. Después, creado ya el clima de odiosidad en contra suya, brazos ejecutores intentaron asesinarlo, a él y a Anita, en el centro de Roma.
Viajé a esa ciudad, junto a mi mujer para expresarle el inmenso cariño y solidaridad de muchos amigos. Mi deseo era, también, volver con un mandato para poder querellarnos criminalmente. Pero Bernardo me dijo en forma vehemente y reiterada: “no, nosotros hemos perdonado y no deseo que se interponga ninguna acción judicial”. Pero también me agregó que la suya era una decisión intima y privada, y que no deseaba que fuera utilizada por nadie como argumento para presionar a otros para que hicieran lo mismo pues el perdón es algo absolutamente personal. En aquel momento sentí que se completaba el hermoso circulo del testimonio de un político cristiano ejemplar que siempre dio respuestas coherentes e iluminadoras ante los grandes desafíos éticos de su tiempo.
Andrés Aylwin, ex Diputado.
Revista Política y Espíritu, Número 17, Septiembre de 2005.
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