Tu nos enseñaste a soñar
Nos hemos congregado para despedir a una gran persona.
Lo hacemos convocados por los más nobles sentimientos humanos, que Narciso supo honrar como pocos.
Vengo ante Uds. como Presidente de la Democracia Cristiana, pero al igual que todos Uds. como su amigo.
Quiero rendirle póstumo homenaje a quien tuviera las más altas dignidades de la República: diputado, senador, Ministro de Estado, Presidente Nacional de nuestro partido en dos oportunidades y fundador de la Alianza Democrática.
Me inclino respetuosamente ante el hombre al que tuve el privilegio de conocer y de querer.
A nuestra querida Teresita, a sus 6 hijos y nietos, queremos decirle que Narciso significó mucho para todos nosotros. Que estamos orgullosos de haberlo tenido en nuestras filas. Ciertamente fue un verdadero privilegio.
A partir de sólidos valores cristianos, conformó toda su acción política, transformándose en uno de los grandes constructores de nuestro Partido y en un referente de la política chilena.
Su participación política la inicia desde muy joven, siendo estudiante en el colegio de Los Salesianos en su ciudad natal de Valdivia.
A lo largo de toda su vida entrega lo mejor de sí para el logro de nuestros ideales de libertad, democracia y justicia social.
Como pocos tuvo el mérito de la consecuencia, entre lo que pensaba y lo que hacía.
Narciso, era un hombre creíble, por eso convocaba y era respetado.
No había diferencia entre su vida privada y la pública. Era el mismo siempre en todos sus actos y con todos.
De recia personalidad. Supo ganarse la confianza de sus camaradas y el respeto de sus adversarios.
Se constituyó en un faro para nosotros, convocándonos a luchar por un mundo mejor.
Cuantas veces en momentos de flaqueza o de duda recurrimos a él en busca de un consejo o de una palabra que nos orientara para poder enfrentar un problema que creíamos insoluble.
En momentos difíciles siempre nuestros ojos se volvían a él. Ahí estaba tranquilo y sereno. Con la seguridad que irradian los hombres de paz interior.
Quiero confesar que días antes de la reciente elección, fui a su casa como tantas otras veces a escuchar su opinión, siempre ponderada y desinteresada.
Era como el hombre fuerte del Evangelio, al cual mirábamos con admiración y queríamos imitar por su ejemplo de honestidad política.
Sus opiniones eran siempre atinadas. Sus juicios más bien lacónicos, precisos, sin muchos adjetivos. Era hombre de pocas palabras. Directo y el humor no le eran ajeno.
Era un hombre culto como pocos. Sabía expresarse con sencillez y claridad, reflejo de una inteligencia superior.
En su grandeza era humilde y cercano.
Parecía duro, pero era cálido y afectuoso.
Ahora que Dios lo ha llamado a su lado, siento que su ausencia nos hablará por sí sola.
Nos convocará a la unidad para enfrentar los desafíos del presente, al igual como él lo hizo tantas veces en el pasado.
Si tuviera que buscar un símil para definirlo de cuerpo entero, hablaría de un gran árbol centenario, pero no de cualquiera sino que el de sus ancestros, el de Guernica, símbolo de la libertad y la igualdad de un pueblo altivo.
Narciso era leal, noble y generoso sobre todo con los más desamparados.
Encarnó en toda su dimensión el concepto de Señor de los antiguos Fueros Vascos. Fue el primero entre sus iguales. Con justeza un gran Señor de la Política de su Patria.
Siento que hoy nos contempla con su mirar sereno y socarrón, como queriéndonos decir, a que viene todo esto.
No puedo terminar estas palabras sin rendirle un homenaje a Teresita, su compañera de vida. Juntos formaron una hermosa familia en la que ella aportó su distinción, belleza, prudencia y delicadeza, virtudes que complementando las propias, nos han dejado este valioso legado que hoy destacamos.
Gracias Narciso por todo lo que nos entregaste. Dignificaste la vida política y enriqueciste la vida personal de cada uno de nosotros.
Hasta pronto querido amigo, seguiremos tus pasos para construir un Chile más justo y generoso para todos, como el que tú nos enseñaste a soñar.
Lo hacemos convocados por los más nobles sentimientos humanos, que Narciso supo honrar como pocos.
Vengo ante Uds. como Presidente de la Democracia Cristiana, pero al igual que todos Uds. como su amigo.
Quiero rendirle póstumo homenaje a quien tuviera las más altas dignidades de la República: diputado, senador, Ministro de Estado, Presidente Nacional de nuestro partido en dos oportunidades y fundador de la Alianza Democrática.
Me inclino respetuosamente ante el hombre al que tuve el privilegio de conocer y de querer.
A nuestra querida Teresita, a sus 6 hijos y nietos, queremos decirle que Narciso significó mucho para todos nosotros. Que estamos orgullosos de haberlo tenido en nuestras filas. Ciertamente fue un verdadero privilegio.
A partir de sólidos valores cristianos, conformó toda su acción política, transformándose en uno de los grandes constructores de nuestro Partido y en un referente de la política chilena.
Su participación política la inicia desde muy joven, siendo estudiante en el colegio de Los Salesianos en su ciudad natal de Valdivia.
A lo largo de toda su vida entrega lo mejor de sí para el logro de nuestros ideales de libertad, democracia y justicia social.
Como pocos tuvo el mérito de la consecuencia, entre lo que pensaba y lo que hacía.
Narciso, era un hombre creíble, por eso convocaba y era respetado.
No había diferencia entre su vida privada y la pública. Era el mismo siempre en todos sus actos y con todos.
De recia personalidad. Supo ganarse la confianza de sus camaradas y el respeto de sus adversarios.
Se constituyó en un faro para nosotros, convocándonos a luchar por un mundo mejor.
Cuantas veces en momentos de flaqueza o de duda recurrimos a él en busca de un consejo o de una palabra que nos orientara para poder enfrentar un problema que creíamos insoluble.
En momentos difíciles siempre nuestros ojos se volvían a él. Ahí estaba tranquilo y sereno. Con la seguridad que irradian los hombres de paz interior.
Quiero confesar que días antes de la reciente elección, fui a su casa como tantas otras veces a escuchar su opinión, siempre ponderada y desinteresada.
Era como el hombre fuerte del Evangelio, al cual mirábamos con admiración y queríamos imitar por su ejemplo de honestidad política.
Sus opiniones eran siempre atinadas. Sus juicios más bien lacónicos, precisos, sin muchos adjetivos. Era hombre de pocas palabras. Directo y el humor no le eran ajeno.
Era un hombre culto como pocos. Sabía expresarse con sencillez y claridad, reflejo de una inteligencia superior.
En su grandeza era humilde y cercano.
Parecía duro, pero era cálido y afectuoso.
Ahora que Dios lo ha llamado a su lado, siento que su ausencia nos hablará por sí sola.
Nos convocará a la unidad para enfrentar los desafíos del presente, al igual como él lo hizo tantas veces en el pasado.
Si tuviera que buscar un símil para definirlo de cuerpo entero, hablaría de un gran árbol centenario, pero no de cualquiera sino que el de sus ancestros, el de Guernica, símbolo de la libertad y la igualdad de un pueblo altivo.
Narciso era leal, noble y generoso sobre todo con los más desamparados.
Encarnó en toda su dimensión el concepto de Señor de los antiguos Fueros Vascos. Fue el primero entre sus iguales. Con justeza un gran Señor de la Política de su Patria.
Siento que hoy nos contempla con su mirar sereno y socarrón, como queriéndonos decir, a que viene todo esto.
No puedo terminar estas palabras sin rendirle un homenaje a Teresita, su compañera de vida. Juntos formaron una hermosa familia en la que ella aportó su distinción, belleza, prudencia y delicadeza, virtudes que complementando las propias, nos han dejado este valioso legado que hoy destacamos.
Gracias Narciso por todo lo que nos entregaste. Dignificaste la vida política y enriqueciste la vida personal de cada uno de nosotros.
Hasta pronto querido amigo, seguiremos tus pasos para construir un Chile más justo y generoso para todos, como el que tú nos enseñaste a soñar.
Adolfo Zaldívar Larraín, Presidente PDC
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